lunes, 19 de octubre de 2009

¿Dónde reside la verdadera belleza?

Siempre estuve de acuerdo con los nuevos recursos para vernos más bellas, desde las recetas caseras de la abuela hasta los productos y tratamientos de última generación para la piel, el cabello, el acné, la celulitis, las líneas de expresión, el vello indeseado, etc. etc. etc.

Al margen de sus resultados (en algunos casos muy subjetivos), todo lo que hagamos para vernos espléndidas nos ayuda a sentirnos bien viviendo dentro de nuestro cuerpo. Prodigarnos una larga sesión de belleza no es otra cosa que querernos a nosotras mismas. Y ese bienestar se proyecta hacia todos los ámbitos de nuestra vida. Como dice Rhonda Byrne en El Secreto, “la llave que abre todas las puertas es sentirse bien”.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El delantal de Carlitos

Unos ojos buenos en una cara de abuelo adorable es lo poco que recuerdo de la fisonomía de Carlitos. Recuerdo mucho más de su interior, vasto y rico, un alma sibarita y una vida muy bien vivida.

Lo vi una sola vez, yo estrenando mi vida con el Negro en un ínfimo departamentito de The Roads, la noche que vino a cenar un improvisado pollo a la aceituna con su esposa Angelita, hace más de ocho años atrás.

Carlitos y yo nos apartamos del resto a hablar de mi libro recién publicado, de Literatura, de mis proyectos, de su propia historia, de su amor por la cocina y sus hábitos gourmet. Recuerdo una charla tibia y una confortable sensación de haber conocido esa alma mansa muchísimo tiempo atrás.

A las pocas semanas nos mudamos al que fuera su departamento de vacaciones en Key Biscayne. Carlitos y Angelita habían decidido regresar a Buenos Aires. Allí, fui conociéndolo a través de los muebles y objetos que nos dejó en el departamento. Un gran escritorio negro, unas sillas de director forradas en lona cruda que aún viven en el living de mi casa actual, una caja llena de libros, frascos de conservas gourmet y lo que más me llamó la atención, un delantal blanco y una gorra de chef.

El Negro me contó acerca de las cenas apoteósicas que preparaba Carlitos, del cuidado en la selección de los ingredientes, del amor que vertía como un condimento más en cada cacerola y del sabor inigualable de sus creaciones. Yo me lo imaginaba en esa misma cocina en la que yo daba mis primeros pasos ensayando una y otra receta, tal vez con el mismo amor que Carlitos, pero con muchísima menos habilidad.

Al poco tiempo, nos enteramos que Carlitos había fallecido en Buenos Aires. A pesar de haberlo visto sólo una vez, la noticia llenó mi espíritu de una bruma gris. Un luto discreto y sereno flotó en el aire de mi cocina, refugiándose en los frascos vacíos del estante, aquellos que antes habían albergado las especias y condimentos de Carlitos.

Una noche, preparando una cena de San Valentín, me encontré con su delantal blanco y el imponente gorro de cocinero en un cajón. Los saqué, los desdoblé y los estudié como si fueran una especie de reliquia. Vacilante, con el miedo de quien duda ante un acto sacrílego, me colgué el delantal y ajusté con una horquilla el sombrero demasiado grande para mi cabeza.

No sé qué clase de magia explotó en la cocina, pero desde las ollas comenzaron a escaparse vapores embriagadores, los ingredientes de los platos se mezclaron en una alquimia inexplicable y yo me creí flotar extrañamente en un universo de cacerolas y cucharones, que manejaba con una maestría inusual. Sentí a Carlitos muy cerca, cocinando conmigo esos platos que no tuve la oportunidad de probar, poniendo más sal aquí, un toque de pimienta allá, un poco menos de fuego en esa salsa y un toquecito de aceite de oliva en estas espinacas.

Carlitos, si me escuchas desde donde estés, quiero decirte que cada vez que cocino para una ocasión especial, tu delantal y tu sombrero me acompañan y me inspiran a preparar la más deliciosa de las cenas. Y fluyo entre vapores y sabores con la misma pasión y el mismo amor que vos ponías al preparar las tuyas.

Me hubiese encantado probar tus recetas, pero sé que cada vez que cocino con tu delantal, una pizquita de tu sazón se cuela entre mis cacerolas, y hace que los platos salgan increíblemente deliciosos para una cocinera improvisada y amateur, cuyo único secreto no es otro que amar entrañablemente la cocina y el buen comer… Como vos.

jueves, 1 de octubre de 2009

¿Qué sientes cuando haces algo que te apasiona?

Hace un tiempo me propuse hacer un ejercicio y revaluar mis prioridades, y esta vez me dije, "voy a pensar en mí misma" . Porque, como toda mujer en su media vida, tiendo a dejarme siempre para lo último. Si hay alguna mujer en la sala, seguramente le resulte conocido y sepa de qué les hablo… ¿Me equivoco?

Este fin de semana hice una pausa en mi ecléctica vida y me puse a releer viejos ensayos, prosas y cuentos, de cuando “tenía tiempo para escribir”. Entonces, me pregunté… ¿A dónde se quedaron aquellos días, en los que las musas venían a mí y yo siempre tenía un espacio para vaciar mi alma en un papel? ¿Por qué dejé de escribir, si es lo que verdaderamente me apasiona hacer?

Me puse a pensar en todo lo que me pierdo cada vez que ignoro a una musa porque hay algo mucho más urgente que hacer. Preparé entonces una lista de las razones por las cuales me apasiona escribir y, después de leerla varias veces, me di cuenta que hay cosas en la vida que, simplemente, no pueden esperar.

Es muy personal pero igual quiero compartirla, si se quiere a modo de inspiración, para animar a todos a que se pregunten qué sienten cuando hacen algo que los apasiona, desde cocinar, pintar, escribir, hacer un deporte…

Aquí va mi lista.

¿Qué es exactamente lo que siento cuando escribo?

- Que me doy vuelta como un calcetín, descargando mis emociones una por una.
- Que desde el centro de mi pecho se abre un túnel que se eleva y se eleva, a través del cual mi alma puede trepar hacia Dios
- Que mi pluma se mueve sola, que el universo se expresa a través de mí.
- Que soy yo al desnudo. Vero sin artificios. Vero la del pueblo, la niña de las colitas rubias que soñaba con dedicar un libro a su mamá. Vero sin el tedio de la rutina. Vero sin el disfraz de nada. Vero sin el grillete de la obligación. Sólo yo… Y esta pasión vehemente que no me abandona.
- Que esto es lo que soy en realidad: una mujer que escribe.
- Que la pasión me inunda, me anega cada poro, me corre bajo la piel.
- A veces me duele. Es como un dolor de parto, intenso y desgarrador, pero un dolor que da vida y que, tras padecerlo, produce una infinita felicidad.
- Que estoy en paz
- Que honro mi esencia
- Que estoy viva
- Que soy feliz estando viva
- Que mi vida tiene una razón y muchas respuestas
- Que no me quiero morir sin haber escrito mucho más
- Que vibro
- Que exploto
- Y por millonésima vez… ¡Que estoy viva!

Después de releer la lista y darme cuenta cuántas sensaciones no experimento cuando no escribo, me dije, “voy a empezar a escribir un blog”. Por lo cual… ¡Heme aquí!

Esa fue mi lista… ¿Quieren compartir la de ustedes?

¡Un abrazo y hasta la próxima!


Vero