Al no haber tenido hijos propios, mis
sobrinos son como si lo fueran, y ese amor irracional, gigante como el mundo,
inexplicable, va enterito para ellos dos. Desde que nació Paula hace casi 13
años, me siento conectada a ella a través de una energía invisible que
trasciende las palabras.
Puedo decir que he vivido de cerca todos y cada uno de
sus grandes momentos, a pesar de la distancia que nos separa. Sus primeras palabras balbuceadas, las
canciones del jardín, su primer viaje en avión (nunca me voy a olvidar el
tamaño de sus ojos, mirando por la ventanilla mientras despegábamos), su faceta
de bailarina clásica cuando tendría cuatro o cinco años, sus logros como
nadadora, que me siguen inflando el ego con cada competencia que gana, y ahora,
cultivando su amor por la palabra escrita, al igual que yo cuando tenía su edad.