lunes, 19 de octubre de 2009

¿Dónde reside la verdadera belleza?

Siempre estuve de acuerdo con los nuevos recursos para vernos más bellas, desde las recetas caseras de la abuela hasta los productos y tratamientos de última generación para la piel, el cabello, el acné, la celulitis, las líneas de expresión, el vello indeseado, etc. etc. etc.

Al margen de sus resultados (en algunos casos muy subjetivos), todo lo que hagamos para vernos espléndidas nos ayuda a sentirnos bien viviendo dentro de nuestro cuerpo. Prodigarnos una larga sesión de belleza no es otra cosa que querernos a nosotras mismas. Y ese bienestar se proyecta hacia todos los ámbitos de nuestra vida. Como dice Rhonda Byrne en El Secreto, “la llave que abre todas las puertas es sentirse bien”.



Dicho esto, me adentro en territorios escabrosos. Hacerse una que otra cirugía plástica en el momento justo o recurrir a una pequeña ayudita del bisturí… ¿Por qué no, si esto nos ayuda a construir una imagen aún más positiva de nosotras mismas? Si este es el empujoncito que necesitamos para sentirnos un poco más seguras, o un poco más bellas, un poco más exitosas, un poco más sexy. Si nos hace bien… ¡Pues adelante!

Pero como todo tiene su contra cara, recurro a lo que mi suegra solía decirle a mi marido cuando era niño: “lo poco agrada, lo mucho enfada”. Hay ciertos casos en los que las cirugías plásticas van mucho más allá de una pequeña ayudita a nuestra autoestima y se convierten en una adicción incontrolable que, lejos de hacernos sentir bellas, nos vuelve víctimas de sus efectos, algunas veces, devastadores.

Hace un par de semanas un programa de TV en Telefé Internacional mostraba a una modelo que hizo furor en la Argentina de los años ochenta. Yo la recordaba bella, sexy, curvilínea, un poco frágil y aniñada. Ahora, veinte años después, nuestra modelo era una grotesca caricatura de sí misma cuando era joven.

Unos labios desmesurados apenas podían moverse en una cara deformada por las sucesivas operaciones y estiramientos. Una cintura fajada por unas prendas ajustadísimas pedía a gritos ser liberada y rebosaba excesos desde el escote, los breteles del vestido, el borde del cinturón y el ruedo de la mini-falda. Una nariz inexistente y unos pómulos prominentes enmarcaban unos ojos excesivamente abiertos en una permanente expresión de asombro. La pantalla me mostraba una imagen deformada y caricaturizada de quien alguna vez le sacara tantos suspiros y quién sabe qué más a tantos argentinos. Era una mujer de cincuenta años intentando desesperadamente parecerse a una chica de veinte. El resultado, a mi modo de ver, era exactamente lo opuesto.

No quiero hacer un juicio de valor acerca de aquellas personas que, como esta modelo, recurren a las cirugías extremas para mitigar el temido paso de los años. Más bien, esto me lleva a una reflexión: ¿A dónde reside la verdadera belleza?

Desde mi punto de vista, y después de admirar la belleza madura de mujeres como Diane Keaton, Helen Mirren o Brooke Shields, unas arrugas bien puestas en el lugar justo pueden ser el toque de sabiduría que nos hace sexy e interesantes. Unos kilitos de más llevados con seguridad pueden ser una inesperada bomba de sensualidad. Un diálogo inteligente, con ingredientes de buenas vivencias, de libros leídos, de viajes realizados, de música escuchada, de lecciones aprendidas, quizás sean más cautivantes que un escote pronunciado o unas piernas torneadas. Una sonrisa franca y cabal, una espalda erguida, una actitud abierta, una mirada diáfana a los ojos de tu interlocutor, un comentario certero y una buena carcajada son incuestionables armas a la hora de cautivar. Y por seguro que no se adquieren en el quirófano de un cirujano plástico, sino a través de todo lo que aprendimos a través de los años.

Llevar con dignidad el paso del tiempo, con ayudita de la ciencia y todo, puede ser el más potente de los afrodisíacos. Mirarnos al espejo y ver esas marcas de tiempo sin duda nos recuerda que lo que vivimos no fue en vano.

Allí están todas y cada una de las experiencias acuñadas, los abrazos y los besos que dimos y recibimos, las historias que nos contaron y que dejaron huella, los hijos que tuvimos o los que no tuvimos, las despedidas, los reencuentros, los tragos amargos y los dulces, los errores y los aciertos, las idas y venidas… nuestra propia esencia. Allí, en esa arruga o en esa cana, vive aquello que nos vuelve esencialmente hermosas para el mundo, pero por sobre todas las cosas, para nosotras mismas.

2 comentarios:

  1. escribis muy bien.... segui asi!
    Dardo negretti

    p/d: parezco las notitas de las seños en el primario....

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  2. Dardo, sos un loco, me hiciste matar de la risa!!! Te mando un beso y gracias por el aliento!!!

    Vero

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