viernes, 23 de abril de 2010

¡Feliz aniversario!

Quiero compartir con ustedes un cuento que escribí hace años. No es otra cosa que honrar la magia de aquellas parejas que, a pesar de los años, aún saben vivir su amor como el primer día. ¡Espero que lo disfruten!

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Una explosión de luces de colores bañó el escenario y la música se derramó sobre la sala, sensual, mórbida, densa de acordes premiosos. Unos instantes y apareció Fiona Lyon, como una alucinación, en el medio de una sinuosa cortina de humo que ascendía desde el piso. 
Altos tacones sosteniendo unas piernas columnas, una falda mínima en la que el brillo de las lentejuelas competía con el de su personalidad. Su pelo-peluca-llamarada, cascada de rizos rojos volcándose a lo largo de su espalda. Su escote glorioso, desnudando el epicentro de su femineidad.
Fiona inclinó su cabeza, humedeció sus labios carmín, pestañeó e inició su baile, un contoneo vertiginoso en el que curvas y huecos comulgaban con la cadencia de la música, con las luces aterciopeladas, con el aire, pleno de erotismo y de deseo.


Era la noche de Fiona Lyon.
Ella bailaba y yo, sentado en una de las mesas más cercanas al escenario, luchaba con las ansias de recorrer ese cuerpo, de saborearlo, de devorarme la irrealidad de cada movimiento.
Pero Fiona era el premio mayor que se llevaría algún adinerado señor. Se trataba de una misteriosa bailarina que el night club había contratado esa noche como número estrella, por lo cual mis posibilidades de hacer realidad mi anhelo eran remotas.
De pronto, pensé en Claudia. Mi dulce Claudia, tan bella como Fiona y a la vez tan diferente. Veía a Fiona contoneándose y no podía aquietar el deseo; y pensaba en Claudia y, sumado al deseo de Fiona, sentía que amaba a mi esposa más que nunca.
La danza de Fiona se tornó más sensual. La atmósfera se cargaba de sensaciones. Entonces, comenzó a desabotonar su sostén, desde donde un hombro apareció impertinente, suave, precediendo el vértigo del escote, que ahora quedaba expuesto, sostenido por las notas ásperas de un saxo, los vaivenes de ese cuerpo y el silencio conmovido de su público. Me recosté en la visión de los pechos de Fiona, convexos, rotundos, y la imagen me trajo nuevamente a Claudia, a esos otros pechos que me alimentaron de amor durante tantos años.
El estallido de un aplauso estremecido me quitó de los recuerdos. El público la amaba, la deseaba, bella, única, reina de la noche, mientras Fiona culminaba su danza, desnuda como mis emociones. Entonces, cayó el telón, cubriéndola, nubes apagando el resplandor de la más hermosa de las lunas.
-Increíble mujer –comentó un sesentón con aires de millonario, que estaba sentado a mi lado-. Ha de ser muy cara.
-Sí. Supongo que sí –respondí, sonriendo.
-Mire-, señaló-, allí está el encargado.
Le hizo un ademán y el tipo se acercó.
-Buenas noches-, saludó-. ¿En qué puedo ayudarles?
-¿Cuánto cuesta una noche con Fiona Lyon?
-Caro –respondió simplemente el hombre.
-Lo suponía. Estoy dispuesto a pagar. ¿Cuánto? –insistió.
-Diez mil.
Sobresaltado, pensé que aquello era más del triple de mi sueldo. El millonario arqueó una ceja y afirmó, contundente:
-Puedo pagarlos-, en el momento en que una camarera se acercaba al encargado y le susurraba algo en su oído.
El hombre pareció sorprendido. Carraspeó, se rascó la cabeza y me miró. Yo no entendía.
-Señor –me dijo-, Fiona Lyon pidió verlo. Lo está esperando en su camarín.
La conmoción y la incredulidad bailaban en mi interior, haciéndome sentir el más estúpido de los sujetos.
-¿A mí?
-Sí, a usted. Sígame por favor.
Saludé al sesentón, que se había quedado atónito, con su chequera en la mano, y caminé tras el encargado.
Me dejó en una habitación amplia, con una gran cama con dosel. Una música leve, etérea sonaba de fondo, y por un momento la excitación le dejó paso a un tibio bienestar.
Unas manos suaves me taparon los ojos desde atrás.
-Adivina quién soy.
Me di vuelta y allí estaba. Tan diva, tan hermosa...
-Fiona –susurré, y creí que la síntesis del Universo estaba reunida en el cuerpo perfumado de esa mujer.
Entonces, me besó. Me besó como nadie lo había hecho. Y después del beso, me miró a los ojos, enviándome un mensaje saturado de promesas.
Pero Claudia una vez más se instaló entre nosotros. Fiona lo percibió y se apartó, divertida. Entonces, señaló su corpiño, desde donde asomaba una pequeña tarjeta.
-Es para ti. Tómala.
Con dedos trémulos, hice lo que me pedía.
La tarjeta era blanca, tenía estampado un beso de lápiz labial y una nota que decía: “Celebrando la magia, por un aniversario inolvidable. Te amo...Claudia.”
Se quitó la peluca colorada y el acerado pelo negro de Claudia, cayendo sobre sus hombros, me la trajo de regreso.
Fue una noche arrebatada de emociones, en la que ella y yo vivimos la concreción de aquella anhelada y vieja fantasía de amor.

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