martes, 31 de agosto de 2010

Hoy rodeada de amor


"Hoy rodeada de amor, seis añitos cumplís...". Era una versión del feliz cumpleaños, que la señorita María Haydé nos había enseñado en preescolar y que nosotros repetíamos como cotorras cada vez que uno de los niños apagaba las velitas. Ahora, después de treinta y tantos años, aprendí a entender y a valorar en toda su extensión el significado de esas tres primeras palabras.

Desde hace una década, pasar un cumpleaños con todos mis afectos juntos  era para mí un sueño muy ambicioso y con muy pocas posibilidades de realizarse.  Mi esposo y mis hijastros en Miami; mis padres, hermano y sobrinos en Asunción; mis amigos, abuela, tíos, primos en Argentina... 



Y así se fueron sucediendo mis cumpleaños, que celebrábamos en algún restaurante de Miami con mis esposo e hijastros, o con una escapada romántica a Bahamas, o en Asunción con mi familia materna o, como el año pasado, que vino mi hermano de sorpresa y celebramos en un restaurante con mi marido y los niños. 

Pero nunca más un familión, una mesa larga como cuando éramos chicos, en la que todos hablaban al mismo tiempo, y una tía traía un postre, el abuelo preparaba el asado, la otra tía traía las ensaladas, mamá se encargaba de la torta y una legión de primos se rencontraba, correteando y jugando en la vereda hasta quedarnos sin aliento.

Si algo aprendí en este último tiempo es que cuando uno desea algo con todo su ser y motivada por amor, la vida te lo pone en bandeja, frente a tus propios ojos y cuando menos te lo esperas.


La semana pasada, recibí para mi cumpleaños un regalo divino. Pasar ese día "rodeada de amor", como decía la canción del preescolar.

Un viaje a Asunción para visitar a mi familia que justo coincidió con mi cumpleaños. "Pero no vas a estar vos", le dije a mi esposo. Y luego, los ajustes estratégicos que permitieron que él pudiera llegar a Asunción justo ese día.  Y sin esperarlo, mi hermano dándome la sorpresa de mi vida, trayendo desde Rosario a Flor, mi mejor amiga, y a mi prima Muni, a quienes hacía doce y diez años respectivamente que no veía.


Faltaron los tíos y la abuela, faltaron algunos primos y amigos, faltaron mis hijastros; pero la mesa era igual de larga. Y la emoción, mucho más poderosa. Apagar las velitas sobre la torta hecha por mamá, con un sobrino en cada rodilla; mi esposo apretándome la mano y mis padres, hermano, prima, cuñados y amigos de toda la vida cantándome el feliz cumpleaños en español y en guaraní, fue mucho más de lo que podía pedirle a la vida.

Un cumpleaños "rodeada de amor", como pregonaba aquella vieja canción del preescolar, que grabó en mi retina y en mi corazón un sinfín de momentos inolvidables, y me demostró una vez más que, tarde o temprano, los deseos de quienes sueñan desde el alma se hacen realidad. 

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